viernes, 24 de agosto de 2012

ELEGÍA DE MARIENBAD, DE JOHANN WOLFGANG VON GOETHE


 







La primera vez que leí un poema de Goethe, tuve la sensación de haber conocido la perfección. Su extrema pulcritud y fortaleza poética, movieron mis sentidos hacia un deseo inmensamente poderoso de caminar por un sendero de exhaustividad y entrega para con la Poesía.
Cuando escribí mi tercer libro, Los delgados hilos de la voluntad, sentí una necesidad de citar el extraordinario poema, pero más aún, las razones y condiciones que movieron al ilustre poeta alemán a escribirlo.

La Elegía de Marienbad es un poema de Johann Wolfgang von Goethe. Marienbad pertenece actualmente a la República Checa, y es una ciudad balneario próxima a Karlovy Vary que se llama actualmente Mariánské Lázně.
Citan los especialistas que este poema está considerado como uno de los mejores de Goethe y el más personal. Refleja la devastadora tristeza que el poeta sintió cuando fue rechazado por Ulrike von Levetzow (Aunque no lo hizo personalmente, sino mediante su amigo, Carlos Augusto de Sajonia-Weimar-Eisenach). Comenzó a escribir el poema el 5 de septiembre de 1823 en un carruaje que le llevaba de Cheb a Weimar, y lo concluyó a su llegada el 12 de septiembre. Se lo mostró sólo a sus más próximos amigos.

El presente texto está incrustado en mi libro, el cual te invito a leer como preámbulo al poema:
Principio de la cita:
" Un bello ejemplo es el del poeta, novelista y científico  alemán Johann Wolfgang von Goethe. A temprana edad encuentra su primer amor en una humilde hija de un hostelero de Offenbach. Sin embargo, ello no es óbice para que su corazón empiece a latir con vehemencia. Lamentablemente para él, fue involucrado en un asunto criminal con ésta, que aunque rápidamente fue demostrada su inocencia, sufrió su primera gran decepción al conocer una de sus declaraciones: “Le he tenido siempre por un niño”; hecho que plasmó en el libro Poesía y Verdad. Tiempo después, en un lugar llamado Sesenheim, a 30 kms. de Estrasburgo, se lleva a cabo un tórrido idilio entre el poeta y Federica Brion, de escasos 18 años de edad e hija del pastor protestante del lugar, y cuyo romance dio lugar a algunos de los poemas de más corte juvenil de la literatura universal. Poemas en los que la naturaleza y el poeta, Dios y la amada son una misma persona. Diríase que un amor auténtico, profundo, primaveral, pero asimismo, inconcluso, pues el joven poeta no decidió afianzarlo, cosa que puso a la chica al borde de la muerte. Tiempo después aparece Lili Schonemann, hija única de un banquero, por quién reviven las ansias, las dudas, y su gran fiebre de amar. La chica tiene escasos 16 años y pronto se da cuenta de la imposibilidad de continuar con aquello; no obstante, le dedica algunas de sus más bellas poesías, aunque no alcanzan ya el juvenil abandono como las que le inspirara Federica. 

Pronto aparecería otra mujer: Carlota von Stein, casada y madre de siete hijos. Ella provocará que renazca el amor en el poeta, pero lo conduce al amor sereno y dulce que aplaca los sentidos, hacia la pureza misma, lo cual influye notablemente en su poesía. No es sino hasta la aparición en su vida de una mujer simple y primitiva, de nombre Cristina Vulpius, alegre joven de 23 años y obrera en una fábrica de flores artificiales, que finalmente se convierte en su esposa, allá por 1806. Una etapa de quietud inspirada en su hogar, llena la vida de este personaje. La muerte de su esposa lo sumió en una inmensa tristeza, a lo cual dijo: “Perdiéndola, he perdido todas las alegrías de la vida”, sumiéndolo en la soledad más absoluta. Para ese entonces, pensamientos como: “Vivir mucho tiempo significa sobrevivir a muchos seres amados, odiados, indiferentes”.

Tras esa pena tan avasalladora, Goethe se enclaustra y muy poco sale de su mansión de Frauenplan, de su cuarto, de su estudio. Sin embargo, su edad avanza y con ella, el destino le depara un amor más, tal vez tardío, tal vez fuera de tiempo y espacio, pero que vino a afectarlo de manera definitiva. De nombre Ulrike von Leventzow, de escasas 17 primaveras, a sus 72 años de edad le devuelve aquel estímulo sensual eterno. La chica se siente halagada por el amor perseverante y atento del famoso poeta, quién en un momento de apasionamiento le propone matrimonio, a lo cual aparentemente ella no se niega. Es su madre quién no lo acepta por absurdo e inadecuado, por lo que el anciano se sintió ofendido y desgraciado, así como profundamente molesto. Silencioso, contraído moral y espiritualmente, regresa a su casa y en el camino de regreso a Weimar, escribe uno de los poemas de amor más hermosos jamás escrito: La elegía de Marienbad. Pero lo más terrible, es que la voluntad se derrumba hasta el punto de lo indeseable, de no querer vivir, de no querer continuar con una vida, que a sus ojos y sentimientos, parecía ya no tener sentido alguno. El 22 de marzo de 1832, el poeta se levantó de su cama y se sentó en un sillón, su mente comenzó a divagar y decía casi silenciosamente: “que abran los postigos, que entre más luz”. Exhaló entonces su último suspiro, dejando una huella marcada con su irrefrenable deseo de claridad que siempre lo atormentó.

El célebre biografista austríaco, Stefan Zweig, recogió este momento bellísimo y trascendental en la vida de aquel hombre y lo plasmó en uno de sus más conocidos libros: “Momentos estelares de la humanidad”.
Ustedes se preguntarán en qué sentido hago esta cita. Pues bien, la quise mostrar como ejemplo de que la voluntad es alimentada, aparentemente, toda nuestra vida por el mismo o mismos elementos que alguna vez le dieron luz y sustento a nuestras emociones, sentimientos, sueños e inspiraciones más profundas. En el caso de este celebérrimo poeta, su corazón sintió hasta casi el final de su existencia, la necesidad de satisfacer su inagotable deseo de amar y sentirse movido e inspirado a llevar a cabo su labor de poeta prolífico. Es pues entonces una manera de interpretar el cómo jamás limitó a su noble corazón para que se desbordara cuando así lo creyese necesario  – concluyó el maestro.".  
Fin de la cita.

Aunque este libro lo escribí hace ya más de diez años, lo traigo a mi presente como huella imborrable de que la poesía es atemporal, que se expande como materia inextinguible y que nos alimenta como fuente inagotable de pureza y sensibilidad.
Amigo lectore, te presento apenas algunos versos del extenso poema, y si es de tu interés, te sugiero lo leas a plenitud en el siguiente link:



Versos seleccionado de la Elegía a Marienbad

Pero este beso último ha segado
con crueldad y dulzura mis amores.
Mis pasos dudan en el mismo umbral
Donde un ángel me expulsa con su fuego.
Mis ojos miran la sombría senda,
la puerta celestial, que me han cerrado.

Y, plegado en sí mismo, el corazón,
como si nunca hubiese estado abierto,
o como si en el cielo las estrellas
nunca hubieran sentido su reflejo,
angustias y reproches ya le ahogan
y una oprimente atmósfera respira.

Que brote el llanto, pues, aunque las lágrimas
nunca lo que arde dentro apagarán.
Con aparente calma me desgarran
vida y muerte mi pecho sin descanso.
Yerbas habrá que el cuerpo curen, pero
no para un alma que no espera nada.

Dejadme aquí, mis fieles camaradas,
al borde del camino, entre las rocas.
Seguid vosotros descubriendo el mundo,
la vastedad del cielo y de la tierra.
Atentos a sus mínimos detalles,
desvelaréis secretos y misterios.

Que el mundo y yo caminos diferentes
seguiremos, por más que un día los dioses
su elegido me hicieran. Pero hoy
a prueba me pusieron, y el regalo
envenenado de Pandora tuve.
Unos labios besé, que me rechazan;
dulce veneno con que me han matado
.


Arturo Juárez Muñoz