jueves, 12 de junio de 2014

LA ESCALERA QUE CAMBIÓ MI VIDA



















Cuando somos pequeños, todo es nuevo y nada es todo. Nos sorprendemos de las cosas más nimias jamás imaginadas, pero distinguimos a plenitud una realidad hermosamente agradable, de una fantasía que nos transportaba a galaxias lejanas.
La vida transcurría entre juegos emanados de nuestra imaginación, hasta corceles de madera galopando grandes desiertos y llanuras. Para cuando la noche caía, el cansancio nos atrapaba entre sus redes, y ni aún allí nuestra cabeza dejaba de girar en volutas ascendentes.

Una tarde, asumo fin de semana, mi madre y yo regresábamos a casa luego de acudir a un encuentro de futbol. Por cierto, ella era gran conocedora del deporte, logrando transmitirme lo que hasta hoy, es una pasión que no encuentra reposo.
Mi padre retornaba de la capital todos los viernes, y en esa ocasión lo esperábamos a la hora acostumbrada. Sin embargo, para nuestra sorpresa, él ya estaba en casa. Luego de saludarlo y sentirme complacido porque había vuelto con bien y a temprana hora, me mostró dulcemente una  sonrisa que denotaba satisfacción.

Inducido por él, salí a la parte trasera de la cocina en busca de una bolsa de basura, cuando para mi sorpresa, una erguida escalera de madera yacía recargada sobre un muro, rebasando con sus portentosas patas el nivel de la azotea.
De madera de pino, perfectamente recortada y ensamblada, aquella obra de arte lucía esplendorosa invitándome a escalarla y descubrir la otra cara de la vida. ¡Sí, la vida vista desde una azotea!

Hoy, en puerta de mis 61 años, aún recuerdo el evento. Sencillo, insignificante, pero trascendental en mi vida. Me enseñó muchas cosas. Me mostró la cara de la sencillez y del trabajo; la faceta del orden, de la precisión, de la templanza. Por años gocé de su precisión milimétrica. La subía y bajaba con tal entusiasmo, que creo haber quedado subyugado de su geometría.

A mis once años de edad, mi padre partió. En ocasiones creo que subió por esa escalera a sabiendas que lo conduciría al cielo, en busca de su siguiente escalera, de su siguiente gran ideal, de su siguiente sueño.
Hoy, aunque aquella escalera ya no está físicamente, sí lo está presente en el día a día de mi vida; me sigue enseñando que soy yo mismo el que construye sus propios escalones, y felizmente, los escalo para alcanzar mis propios sueños, vencer mis propios retos y anhelar que algún día, me lleve por igual… a mi siguiente escalera.

  
De sus manos de artista,
      artesano de la vida,
            maderas traslapadas en señal de fantasía.

Tu enhiesta figura de peldaños infinitos,
      se multiplica hasta alcanzar el otro lado de la luna.

Y en tu trazo, singular y portentoso,
      reposa su sonrisa de padre,
            de amigo, de sabia arquitectura.


A la memoria de mi padre inolvidable:
Arturo Juárez Muñoz
Literalia México
2014






martes, 3 de junio de 2014

PARA ESTA HORA...



















Para esta hora, ya habías elevado el vuelo.
Tu rostro apacible no ocultaba nada;
Toda tú eras paz,
eras silencio
en la alborada.

Para esta hora,
tu corazón era estrella dormida;
Palpitante,
pero su luz
ya no brillaba

Para esta hora,
tus ojos ya no me miraban;
Tomé tu mano con mi mano,
sólo frío,
oscuro resplandor,
sobre tu cama.


Arturo Juárez Muñoz
Literalia México
3 de junio del 2014