jueves, 30 de enero de 2014

ROBINA

Fotografías de Muhammed Muheisen


ROBINA

¡No, no es poema! No resulta factible intentar una rima, un verso, un soneto. En ocasiones no hay forma de articular una idea clara, y sin embargo, la realidad está presente como daga en los costados...

Te llaman oprobio, vergüenza, abandono.
Eres espada con rostro de injusticia, desamparo y silencio;
y en foros acusan a hombres que no tienen nombre,
y exhiben tu rostro en paredones de miedo.

Te toman de los brazos y te elevan en sus luchas;
te exhiben cual símbolo negro de la faz humana;
te lloran y tiemblan de dolor profundo,
por tanta maldad atada a tu cuerpo.


Y sin embargo, 
a pesar de tus lágrimas extraviadas en el desierto,
de tus manos enjutas más secas que la roca,
te llaman de todo y lloriquean por nada,
pero nadie dice, 
porque no lo saben...
Robina, pequeña, tu bendito nombre.

Arturo Juárez Muñoz
Literalia México



lunes, 27 de enero de 2014

JOSÉ EMILIO PACHECO, MI HOMENAJE















¡Desatenta, la Muerte mordaz intenta vengarse de todo aquél detractor que la señale en su miserable tarea!

Quién mejor que un poeta para acallar las voces que te enloquecen en los deletéreos espacios nauseabundos donde habitas. José Emilio parece tomar turno en la inexorable fila de los que se adelantan, todo gracias a tu lapidaria tarea de socavar los cantos a la vida, al amor, a la esperanza.

Y sin embargo, por más que intentas llevarte todo de un solo golpe, el viento que se cuela entre tus huesos, cargado está de la voz amada de José Emilio, en señal inequívoca de que jamás lograrás mitigar el horror de tu conciencia.

¡Sí, Muerte insana! Me dirijo a ti para fustigar tu rastrera labor carcelaria, de hipocresía, de viento helado que exhalas cuando hablas. Si algún día murieses arrastrada por las cadenas del infierno, nadie en absoluto intentaría recordarte y bendecir tu mezquina locura.

Cuánta alegría me da constatar tu equívoca mentira: ¡Los poetas no mueren, no están en tu lista de crueldad extrema! Ellos son voz de otra esencia que tu negro poder no logra tocar. Son hechos de la pureza de la vida misma, ésa que tus manos no pueden asir en su lapidaria usura. 

Los poetas nacieron en otra perspectiva, en otro destino, en otra aventura. Al que te llevaste por error, suplirá con infinito placer a José Emilio, como acto divino de agradecimiento por su labor bendita. 

¡No, no te confundas, te llevaste un cuerpo pero no su magistral grandeza!



CUANDO CALLA TU VOZ
A cada poeta que muere…

Cuando se apaga tu voz
de amados tonos y tez terciopelada,
un rostro se apaga y otro te venera.
Tu resplandor de luna
se apagará también en la finura
lavada de la arena.
El silencio se esparcirá como
fuego ardiente entre las almas
de los que temen divisar tu sepultura.

Cuando cesa tu pluma
de dibujar la vida en forma de palabras,
alguna estrella se esconde prisionera.
Cuando se apaga tu voz,
pierde una letra el alfabeto y gana la incoherencia.
Cuando cesa tu pluma
de convertir polvo en esencia,
vuelve a cegarse la humanidad entera.

Tu majestuosa voz que osó retar
al universo creado por el hombre,
calla cediendo su alta investidura.
Te llevas el puño, no la tinta.
Te llevas el verbo, no la hoja.
Sólo queda de ti la mágica escritura.


Arturo Juárez Muñoz
Literalia México
Enero 2014

miércoles, 22 de enero de 2014

ELEGÍA INTERRUMPIDA, DE OCTAVIO PAZ

Estremecido, doy cuenta del doloroso trance narrado en el microrrelato de nombre "Elegía interrumpida".

Sacudido en mis principios, y a pesar de haber dado lectura al presente un par de años atrás, confirmo que el relato de denuncia continúa siendo una poderosa forma de promover escrúpulos y principios elementales de respeto y amor a la vida.

Para Pablo Martínez Ferandín, autor del presente, mi respeto y alto aprecio; para Gustavo Osmar Santos, mi siempre sincero agradecimiento por sus fotografías puestas al servicio de Literalia México, y para Octavio Paz, gran referente poético,  mi inconmensurable reconocimiento y admiración."

Arturo Juárez Muñoz
Literalia México, 2014


Cuando por fin pude salir del hospital, el cansancio partía mi espalda de manera terrible. Derrotado por la muerte de mi paciente, todo lo que quería en ese instante era irme a dormir a casa. Miré el reloj y pude percatarme que eran las 21:30 hrs. Apreté mis ojos con los dedos encontrados de mi mano, y dejé escapar un suspiro prolijo y lastimero.

Una vez en mi auto, tomé por la lateral de la Avenida San Francisco. Justo al virar a la derecha, la imagen de dos pequeñas niñas atrajo mi atención. Sin pensarlo, como movido por los resortes de mi piedad maltrecha, me acerqué a ellas. La más pequeña se bamboleaba sobre su cuerpecito, mostrando con claridad parálisis cerebral. La otra, simplemente se concretaba a mirarme con indiferencia.

Irremediablemente, un sentimiento de humanidad hizo acercarme. Para cuando estuve a un metro de distancia, una voz seca me paró con brusquedad. “Epa, epa, cabroncito. ¿A dónde? Éstas pendejitas son mis hijas”
Intentando increpar su postura, la mano firme del hombre me detuvo en un intento vano por acercarme a ellas. “Órale, cabrón, a chingar a su madre”, me dijo y me señaló a cualquier parte en señal que me alejara.

Esa noche no pude dormir. El recuerdo de mi joven paciente me asaltaba de manera mordaz. Pero entre las brumas de mi soledad extrema, la imagen de ambas niñas me hacía temblar de angustia.
Cuando al siguiente día me presenté al hospital, fui abordado por la Dra. Mariana Fernández, quien dándome una palmadita en la espalda, intentaba reconfortarme. “Ven, ayúdame e reconocer a una pequeña que ingresó anoche en la madrugada”  

Una vez en el área de urgencias, ambos nos apostamos al pie de la cama 14.
“Esta niña fue violada con saña inaudita, y quemada de ambas manos con cigarro”, dijo el asistente. Cuando pude mirar el rostro amoratado de la niña, un escalofrío paralizante me hizo desvanecer al punto del desmayo. “¡Es ella, es ella!, dije llevándome la palma de la mano para cubrir mis ojos invadidos por el llanto.

“¿De qué hablas, Jorge? ¿Es quién?”, decía Mariana. Intentando reponerme del shock, miré a la chiquilla a los ojos: ¡La misma mirada fría y extraviada de la noche anterior! Tragando saliva, logré balbucear estúpidamente. “Mira nada más, ángel de mi vida, ¿quién te hizo esto?” La respuesta nunca llegó, pues con una actitud que rebasaba toda estoicidad, venció sus manitas y perdió su mirada en el costado.

Días después, la realidad ocupaba todos mis sentidos, pues el periódico local, en la sección policíaca, daba cuenta del suceso: “Niña que era explotada por su padre pidiendo limosna y prostituyéndola, muere finalmente en el Hospital General”
El diario cayó de mis manos. Una impotencia total hizo derrumbarme, prorrumpiendo en un llanto convulso y dramático. No podía quitar de mi cabeza la mirada fría y lejana de la pequeñita. Apretaba las manos con rabia, al punto de propinarme a mí mismo, al menos una docena de bofetadas.

Un mes después, es que leo este fragmento del poema de Octavio Paz, Elegía Interrumpida, e intento comprender la esencia universal de sus líneas:

Codicia de la boca
al hilo de un suspiro suspendida,
ojos que no se cierran y hacen señas
y vagan de la lámpara a mis ojos,
fija mirada que se abraza a otra,
ajena, que se asfixia en el abrazo
y al fin se escapa y ve desde la orilla
cómo se hunde y pierde cuerpo el alma
y no encuentra unos ojos a que asirse...
¿Y me invitó a morir esa mirada?
Quizá morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros, nadie
quiere mirarnos a los ojos.

Pablo Martínez Ferandín

Fotografía cortesía de Gustavo Osmar Santos

miércoles, 15 de enero de 2014

JUAN GELMAN






"Los poetas no nacen, ni mueren, ni siquiera existen... Solamente son la esencia vociferante de la Naturaleza."

Arturo Juárez Muñoz


lunes, 13 de enero de 2014

PARADOJA DE AMOR, DE JULIO GONZÁLEZ ALONSO












Venus

Paradoja de amor
Si es en la voz del viento
que un suspiro de amor el alma advierte
confieso lo que siento
si envidia de esa suerte
se acosta al lado el miedo de no verte.

Y de la misma guisa
que el miedo me atenaza con perderte
corre la misma prisa
otro miedo más fuerte
cual sería la dicha de tenerte.

Que es el amor tan raro
tan frágil e inconstante en su andadura
que necesita amparo
de celos y locura
que la ilusión sujete a la cordura.

De este confuso modo,
en oleaje de amor y de vaivenes
ya no encuentro acomodo
si del amor los bienes
son desgracia si tienes... y no tienes.


Julio González Alonso


Con aprecio, respeto y reconocimiento al poeta y amigo, Julio González Alonso.