Cuando los miraba pisotear los charcos que las lluvias dejaran en las calles, jamás pensé que algún día... un muy lejano día, mis hijos quedarían a merced de aquello llamado realidad.
Mirar sus ojos abriéndose como abanicos admirando las escenas cotidianas, era más que un din dan de monedas cayendo sobre las banquetas. Nada les preocupaba, absolutamente nada.
Sus pies flotando sobre los océanos en esas tardes doradas; sus travesías convertidas en periplos eternos que culminaban en su pequeña cama; su viveza extraordinaria indagando los secretos escondidos en los muros de la vieja casona, son apenas destellos atrapados en mi cerebro, o sonajas tintineando en musical parvada. Sí, es verdad, yo tampoco lo imaginaba.
Y así llegó; el tiempo que todo lo ajusta como arena arrastrándose en la playa, los llevó, inmisericorde, a una verdad que se avizora y extiende en cada madrugada.
Hundido en la melancolía de un ayer atrapado en mis recuerdos, hoy los miro caminar sus propias lluvias, despertar sumidos en sus propios sueños, y dolerse las rodillas por sus propias caídas. Ya no puedo estar con ellos justo en el instante en que la suerte cae sobre su cabeza, como si el destino fuese desatento o la felicidad fuese premio inmerecido.
Hoy, simplemente, corro despavorido hasta su cama; restaño con torpeza sus heridas o vierto el sermón en reprimenda del desatino de una acción no bien planeada.
A mis queridos hijos, mi fe, mi esperanza, mi alegría de verlos a salvo del infortunio, mientras mis manos de labrador infatigable trabajan para labrarles un poco de tierra, donde algún día surgirán guirnaldas, limoneros o parvadas de aves surcando la mañana.
ECO DE CHASQUIDOS PISOTEANDO EL AGUA
Atisban apenas por el borde de la mesa,
aquellos que sólo quieren indagar dónde la espuma
se vuelve viento rosado, cola de luna,
que se vierte en pompas de jabón sobre su cama.
Sus ojos abiertos a todo aquello que se extienda
con alas doradas en la bruma,
donde las sombras juegan a jugar con agua,
como sus dedos fundidos a la cuna.
Así, para ellos, las horas son segundos y los segundos días;
el sol es espejo y la lluvia castañuela,
eco de chasquidos pisoteando el agua,
caracolas dorándose al sol a ritmo de vihuela.
Y allí, donde tienen del oso, madriguera,
donde el fango es cascada y la cascada hoguera,
dormirán con placidez de ángel,
mientras vela el destino que paciente les espera.
Arturo Juárez Muñoz
Literalia México
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