¡Desatenta, la Muerte mordaz intenta vengarse de todo aquél detractor que la señale en su miserable tarea!
Quién mejor que un poeta para acallar las voces que te enloquecen en los deletéreos espacios nauseabundos donde habitas. José Emilio parece tomar turno en la inexorable fila de los que se adelantan, todo gracias a tu lapidaria tarea de socavar los cantos a la vida, al amor, a la esperanza.
Y sin embargo, por más que intentas llevarte todo de un solo golpe, el viento que se cuela entre tus huesos, cargado está de la voz amada de José Emilio, en señal inequívoca de que jamás lograrás mitigar el horror de tu conciencia.
¡Sí, Muerte insana! Me dirijo a ti para fustigar tu rastrera labor carcelaria, de hipocresía, de viento helado que exhalas cuando hablas. Si algún día murieses arrastrada por las cadenas del infierno, nadie en absoluto intentaría recordarte y bendecir tu mezquina locura.
Cuánta alegría me da constatar tu equívoca mentira: ¡Los poetas no mueren, no están en tu lista de crueldad extrema! Ellos son voz de otra esencia que tu negro poder no logra tocar. Son hechos de la pureza de la vida misma, ésa que tus manos no pueden asir en su lapidaria usura.
Los poetas nacieron en otra perspectiva, en otro destino, en otra aventura. Al que te llevaste por error, suplirá con infinito placer a José Emilio, como acto divino de agradecimiento por su labor bendita.
¡No, no te confundas, te llevaste un cuerpo pero no su magistral grandeza!
CUANDO CALLA TU VOZ
A cada poeta que muere…
Cuando se apaga
tu voz
de amados tonos
y tez terciopelada,
un rostro se
apaga y otro te venera.
Tu resplandor de
luna
se apagará
también en la finura
lavada de la
arena.
El silencio se
esparcirá como
fuego ardiente
entre las almas
de los que temen
divisar tu sepultura.
Cuando cesa tu
pluma
de dibujar la
vida en forma de palabras,
alguna estrella
se esconde prisionera.
Cuando se apaga
tu voz,
pierde una letra
el alfabeto y gana la incoherencia.
Cuando cesa tu
pluma
de convertir
polvo en esencia,
vuelve a cegarse
la humanidad entera.
Tu majestuosa
voz que osó retar
al universo
creado por el hombre,
calla cediendo
su alta investidura.
Te llevas el
puño, no la tinta.
Te llevas el
verbo, no la hoja.
Sólo queda de ti
la mágica escritura.
Arturo Juárez Muñoz
Literalia México
Enero 2014