lunes, 29 de junio de 2015

INCIENSO




"La bóveda deformada de mi habitación, quedó marcada con las sombras que todo lo negaban.
Los reflejos de luces, enloquecidos, apenas si atinaban a encontrar algún espejo, alguna luna, algún indicio de ventana donde reflejar su cara.
Como saetas de dolor, a mi alma desnuda la crucificaban en clara señal de un dolor inexistente, apenas humano, apenas entendible. Y en esa orfandad que crecía a pasos agigantados, su voz, cual sello proveniente de una caverna lejana, me invitaba a la calma, una calma que ya nunca volvió a cobijarme con su nada.

No puedo evitar el recordarlo, pues es ése exactamente el duelo y el recuerdo en la alborada de cada junio que se anuncia en la hondonada, mostrándome su cara marchita, que a falta de agua por las lágrimas vencidas por el paso del tiempo, anuncian con lóbrega piedad que estás presente, en esa habitación que te miró partir... una noche estrellada."



INCIENSO
A la muerte de mi padre

De incienso etéreo se llena la casa,
anunciando con su aroma, inescrutable final.
Costumbre ancestral vuelta rito mecánico
que rechina sus goznes oxidados.
Cual densa capa de suerte embravecida por el luto,
sus pálidas volutas se esparcen por todos los rincones.
En cada habitación se quedará cual inquilino
pertrechado como clavel en el ojal.

Sólo espero que mi piel no se tueste, como grano de café
acosada por el fuego, para después, en acrobacia evanescente,
brotar por las baldosas llorando un manantial.
Incienso, bruma cosida a mis recuerdos
sin aguja y sin dedal, metida a fuerza de vencer
mi sueño infantil y convertirse en huella.
Mis ojos ya no lloran, los de los demás también,
mientras él reposa tendido sin podernos mirar.


Arturo Juárez Muñoz
Icosaedro
Literalia México | 2015