miércoles, 24 de octubre de 2012

EL VIVIR Y EL MORIR




Recién contemplé, hasta la saciedad, el trance más trascendental de la existencia humana.
Ellos eran dos personas por entero diferentes. Eran hombres, de género, no de elocuencia machista. Uno viejo, al menos bastante entrado en años; el otro joven, más joven que el primero. Sus vidas transcurrían en senderos opuestos, como si ya no existiese convergencia en sus razones de vivir, y sin embargo, ambos despertaban y abrían sus ojos a la vida.

Seguro estoy que soñaban y trabajaban denodadamente por alcanzar sus particulares estrellas, sus ideales, sus ambiciones. El viejo casi no miraba a un metro de distancia; sus ojos se proyectaban como intentando descubrir tesoros en el infinito. El joven no miraba tan lejos, sólo trabajaba y gozaba intensamente su vida cotidiana, como si el nuevo amanecer estuviese asegurado, o cuando mucho, llegaría un par de horas más tarde.

Para ambos, los días tenían 24 horas; para ambos, las rutinas cotidianas eran casi las mismas, inamovibles, o al menos muy poco. Y así, de pronto, de improviso, su corazón hizo pausa prolongada.

Hoy, ambos han dejado tan sólo el aroma de su voz, de sus sueños, de su persona. Son conservados en forma de ceniza, intransmutable, serena, paciente. Ya no hablan, o al menos no se les escucha. Yo, intentaré recordarlos en la justa dimensión de su trascendencia humana, aunque por momentos temo ser injusto o inapropiado.

Esta mañana, hojeando la obra de Octavio Paz, volví a gozar un poema que me mueve y conmueve profundamente. Lo adopto como sencilla explicación del vivir y el morir, como esencia de la vida humana.

Para ellos, mi sencilla reflexión diciendo: "Los hombres sencillos no se despiden, sólo dejan que su último aliento se sume al viento de una tarde cualquiera."


El Pájaro

En el silencio transparente
el día reposaba:
la transparencia del espacio
era la transparencia del silencio.
La inmóvil luz del cielo sosegaba
el crecimiento de las yerbas.
Los bichos de la tierra, entre las piedras,
bajo la luz idéntica, eran piedras.
El tiempo en el minuto se saciaba.
En la quietud absorta
se consumaba el mediodía.

Y un pájaro cantó, delgada flecha.
Pecho de plata herido vibró el cielo,
se movieron las hojas,
las yerbas despertaron...
Y sentí que la muerte era una flecha
que no se sabe quién dispara
y en un abrir los ojos nos morimos.



A la memoria de Abel y Ciro.
Arturo Juárez Muñoz
Literalia México


4 comentarios:

  1. Un sentido y profundo reconocimiento a los amigos que se van.
    Asimismo, exquisita poesía de nuestro Nobel, Octavio Paz.
    ¡Bien por la selección!

    ResponderEliminar
  2. Bello homenaje. Cada vez más a menudo debemos atender a estas circunstancias mientras se hacen vacíos en nuestro torno que sólo llenará la memoria, la buena memoria de quienes nos acompañaron.
    Con un abrazo.
    Salud.

    Julio G. Alonso

    ResponderEliminar
  3. Muy apreciable Bernardo:
    Agradezco tu visita así como tus gentiles palabras.
    Un abrazo:
    Arturo

    ResponderEliminar
  4. Querido amigo Julio:
    La partida de un amigo, de un ser humano, de cualquiera que haya compartido con nosotros el pan y la sal, bien merece ser atendida.
    Con agradecimiento a tu fineza:
    Arturo

    ResponderEliminar