miércoles, 22 de enero de 2014

ELEGÍA INTERRUMPIDA, DE OCTAVIO PAZ

Estremecido, doy cuenta del doloroso trance narrado en el microrrelato de nombre "Elegía interrumpida".

Sacudido en mis principios, y a pesar de haber dado lectura al presente un par de años atrás, confirmo que el relato de denuncia continúa siendo una poderosa forma de promover escrúpulos y principios elementales de respeto y amor a la vida.

Para Pablo Martínez Ferandín, autor del presente, mi respeto y alto aprecio; para Gustavo Osmar Santos, mi siempre sincero agradecimiento por sus fotografías puestas al servicio de Literalia México, y para Octavio Paz, gran referente poético,  mi inconmensurable reconocimiento y admiración."

Arturo Juárez Muñoz
Literalia México, 2014


Cuando por fin pude salir del hospital, el cansancio partía mi espalda de manera terrible. Derrotado por la muerte de mi paciente, todo lo que quería en ese instante era irme a dormir a casa. Miré el reloj y pude percatarme que eran las 21:30 hrs. Apreté mis ojos con los dedos encontrados de mi mano, y dejé escapar un suspiro prolijo y lastimero.

Una vez en mi auto, tomé por la lateral de la Avenida San Francisco. Justo al virar a la derecha, la imagen de dos pequeñas niñas atrajo mi atención. Sin pensarlo, como movido por los resortes de mi piedad maltrecha, me acerqué a ellas. La más pequeña se bamboleaba sobre su cuerpecito, mostrando con claridad parálisis cerebral. La otra, simplemente se concretaba a mirarme con indiferencia.

Irremediablemente, un sentimiento de humanidad hizo acercarme. Para cuando estuve a un metro de distancia, una voz seca me paró con brusquedad. “Epa, epa, cabroncito. ¿A dónde? Éstas pendejitas son mis hijas”
Intentando increpar su postura, la mano firme del hombre me detuvo en un intento vano por acercarme a ellas. “Órale, cabrón, a chingar a su madre”, me dijo y me señaló a cualquier parte en señal que me alejara.

Esa noche no pude dormir. El recuerdo de mi joven paciente me asaltaba de manera mordaz. Pero entre las brumas de mi soledad extrema, la imagen de ambas niñas me hacía temblar de angustia.
Cuando al siguiente día me presenté al hospital, fui abordado por la Dra. Mariana Fernández, quien dándome una palmadita en la espalda, intentaba reconfortarme. “Ven, ayúdame e reconocer a una pequeña que ingresó anoche en la madrugada”  

Una vez en el área de urgencias, ambos nos apostamos al pie de la cama 14.
“Esta niña fue violada con saña inaudita, y quemada de ambas manos con cigarro”, dijo el asistente. Cuando pude mirar el rostro amoratado de la niña, un escalofrío paralizante me hizo desvanecer al punto del desmayo. “¡Es ella, es ella!, dije llevándome la palma de la mano para cubrir mis ojos invadidos por el llanto.

“¿De qué hablas, Jorge? ¿Es quién?”, decía Mariana. Intentando reponerme del shock, miré a la chiquilla a los ojos: ¡La misma mirada fría y extraviada de la noche anterior! Tragando saliva, logré balbucear estúpidamente. “Mira nada más, ángel de mi vida, ¿quién te hizo esto?” La respuesta nunca llegó, pues con una actitud que rebasaba toda estoicidad, venció sus manitas y perdió su mirada en el costado.

Días después, la realidad ocupaba todos mis sentidos, pues el periódico local, en la sección policíaca, daba cuenta del suceso: “Niña que era explotada por su padre pidiendo limosna y prostituyéndola, muere finalmente en el Hospital General”
El diario cayó de mis manos. Una impotencia total hizo derrumbarme, prorrumpiendo en un llanto convulso y dramático. No podía quitar de mi cabeza la mirada fría y lejana de la pequeñita. Apretaba las manos con rabia, al punto de propinarme a mí mismo, al menos una docena de bofetadas.

Un mes después, es que leo este fragmento del poema de Octavio Paz, Elegía Interrumpida, e intento comprender la esencia universal de sus líneas:

Codicia de la boca
al hilo de un suspiro suspendida,
ojos que no se cierran y hacen señas
y vagan de la lámpara a mis ojos,
fija mirada que se abraza a otra,
ajena, que se asfixia en el abrazo
y al fin se escapa y ve desde la orilla
cómo se hunde y pierde cuerpo el alma
y no encuentra unos ojos a que asirse...
¿Y me invitó a morir esa mirada?
Quizá morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros, nadie
quiere mirarnos a los ojos.

Pablo Martínez Ferandín

Fotografía cortesía de Gustavo Osmar Santos

7 comentarios:

  1. Cuando la prosa se entrecruza con la poesía en una simbiosis virtuosa, surgen manifestaciones como la presente.
    Me parece un gran relato, una estupenda poesía y un sensacional post.
    ¡Felicidades!

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  2. Soy admirador y pertinaz seguidor de la obra de Octavio Paz.
    La poesía es un canto estremecedor a esa cualidad humana de llevar a sus interiores la crueldad mundana y reducirla a una estoica lucha por sobrevivir.
    La fotografía es exactamente lo que el relato pide.
    ¡Enhorabuena!
    Jaime Solís

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  3. Mi buen amigo, Arturo:
    Es muy cierto. Leer nuevamente este estupendo microrrelato por igual ensombreció mis pensamientos.
    Por desgracia, es una realidad al parecer más recurrente y deplorable.
    Estoy contigo en la lucha por denunciar atrocidades como ésta.
    Un saludo:
    Alejandro

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  4. Martha Santana Islas23 de enero de 2014, 18:13

    Toda mi vida he luchado contra el abuso a menores, más aún, si de explotación sexual se trata.
    Éste es un problema social y no personal. Las autoridades parecen ser inoperantes y ciegas ante tanta crueldad.
    Por fortuna, para este caso, es un relato que suma imagen, poesía y prosa, mas no por ello es menos dramático.

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  5. Agradecido a Pablo Martínez Ferandin y Gustavo Osmar Santos, me sumo a los comentarios anteriores en lucha y espíritu por enaltecer la dignidad y el derecho a una vida promisoria y llena de alegría.
    Para todos aquellos que sufren del abuso y transgresión de sus derechos fundamentales, mi más profundo sentimiento de solidaridad y respeto.
    Para aquellos que infringen dolor y maltrato, todo mi aborrecimiento y desprecio pues son parte de los desechos humanos que debemos verter en bolsas de basura.

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  6. Estremecedor. La realidad supera con creces la ficción. La indignación no cabe en el pecho. Gracias, Arturo, por este testimonio solidario y de denuncia.
    Salud.

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  7. Que persona sin cultura que no sabe apreciar una Poesia...
    Saludos

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