"La vida no promete aliviar nuestras penurias; la esperanza a medias; la fe te reconforta, y tu voluntad te fortifica."
A mi querido hijo Arturo.
En ocasiones, el formato divino que Dios confirió a la vida, no nos satisface. Plagada ésta de un singular número de vicisitudes, parece más una vorágine de fuego que una espiral ascendente de virtuosismo y perfección humana.
Es entonces que nos miramos al espejo y nos preguntamos qué hicimos mal para merecer tal o cual cosa, por encima de aceptar que nos tocó turno de enfrentar a la adversidad con sus rostros desconocidos.
Al paso de los años, pareciera que construimos una coraza protectora, pero en el fondo, nada ha cambiado en nosotros, salvo una más relajada capacidad de comprender que las cosas, por enésima ocasión, han salido mal.
¿Qué hacer en consecuencia? ¿Cómo enfrentar esos momentos difíciles en los que hay más preguntas que respuestas? ¿Hay una mejor manera de hacer frente a lo que parece ensañarse contra nosotros?
Muy probablemente estamos aprendiendo a vivir lo que, en apariencia, es la vida normal que todo ser humano debe enfrentar en consecuencia, y que además, lo ha tenido que hacer por los siglos de los siglos.
¡No, estoy seguro que no! Me consterna imaginar que sea el sufrimiento la ruta piadosa para la purificación del alma. Incluso, me viene a la mente aquel eremita que se aposta en una columna hasta ver agusanarse su cuerpo, todo en búsqueda de esa perfeccionamiento y espiritualidad basada en el sacrificio y la meditación.
Sin embargo, ¿qué hacer como alternativa racional, sensata o piadosa hacia nosotros mismos?
No tengo la respuesta, pero sí una reflexión. El hombre, como ser hormonal, sentimental, proclive al amor por diseño original, dotado de inteligencia para elucidar las encrucijadas que enfrenta cotidianamente, debe encontrar sus propias respuestas.
¿Paradójico, no? No obstante, ello me permite encontrar mis propias respuestas y mis propios quehaceres que se elevan como obligada respuesta a lo que debo hacer en consecuencia. Y es que es allí donde radica la oportunidad de ser mejor, de ser más fuerte, de forjarnos en el crisol dorado de ese dolor tan repudiado pero que nos lleva a un camino de purificación de ideales en nuestras vidas.
Si hay congruencia y sensatez en esta reflexión, entonces significa que lo que enfrentamos como problema, es en realidad una faceta de muchos otros problemas a la vez, unidos, fundidos en una sola careta pero con diferentes orígenes y desenlaces.
Por lo tanto, el problema, que en apariencia parecía ser uno solo, en realidad es la punta del iceberg o la gota que derrama el vaso. En esta perspectiva, nuestro esfuerzo debe multiplicarse; nuestro entusiasmo por resolverlos todos a la vez, debe sufrir una mutación de sencillez a tarea tiránica; debemos mimetizarnos de abeja a águila, de soldado a general, de Peón a Rey, y así sucesivamente.
¡Vamos por todo, no por una parte! ¡Vamos a tomar al Minotauro por la cola y al Diablo por el tridente!
Después de todo, lo peor que nos pasará, será resolver una sola parte del problema, pero con ello, habremos ganado en confianza, salud y alegría.
Arturo Juárez Muñoz
Literalia México
Marzo del 2014