Los viejos decían: "Todo tiempo pasado fue mejor".
En aquel entonces no les comprendía, pues mi vida florecía entre juegos y aventuras, sueños y dolorosas realidades.
Rodillas raspadas, vidrios de ventanas rotas, entre tantas y tantas travesuras infantiles, nuestros juegos transcurrían entre las piedras, los riachuelos, las tardes crepusculares que pintaban de rojo dorado la ciudad entera.
Sin embargo, muy a nuestro pesar el tiempo pasó también para nosotros. Nuestros viejos partieron un día como tantos, envueltos en la serenidad de una noche apacible y oscura.
Sin embargo, sus aromas sutiles, sus imágenes salpicadas de ocre y obsidiana, prometieron volver cualquier día en un futuro convertido en presente, y con ello, recordarnos que nuestras almas mantienen un hilo de luz que nos ata a costumbres inveteradas y llenas de felicidad.
Apenas el día de ayer, al husmear en uno de tantos lugares donde la eternidad es una cuna y los recuerdos pululan entre fierros oxidados, asomó erguido y orgulloso de su prosapia legendaria, un viejo camión hecho de pedacería de hierro. Trocitos de varilla, ruedas cortadas de entre recortes de láminas que nunca se vencieron ante las garras del olvido; partes de tubos y filigrana entresacada del rizo atrapado entre los óxidos del tiempo.
¡Ay, niñez de cuatro lunas! ¡Ay, aroma de té de canela con panecillos recién horneados! ¿Dónde se extraviaron las rutas donde orgullosa surcabas los caminos que llevan al horizonte infinito? Yo era tu chofer, tu conductor, tu jinete en aquellas jornadas donde el polvo era nuestras nubes y las farolas de las calles nuestra galaxia.
Cuando vuelvo a ver tus pedacitos de todo y a su vez de nada, me recuerdan que así ha sido mi vida, pegotes que se adhieren como a ti las rondanas y los birlos, para ambos crecer de poco en poco, amalgamados por la esperanza de sentirnos fuertes, sólidos, diferentes, y sin embargo débiles como las rosas atrapadas en su cáliz. Por un instante me sentí transportado a aquellos tiempos, como si nada hubiese pasado, como si el tiempo quedara suspendido y mi alma se entremetiera entre las brumas de la nostalgia de aquella niñez tan añorada. Después de todo, andar de nuevo nuestros rumbos secretos, es una forma de decir que la vida es una promesa que se volverá verdad una mañana.
NUESTRA NIÑEZ
Acicaladas, las gaviotas se aprestan a levantar el vuelo una mañana.
Sus alas extendidas se baten en grácil huida
como intentando surcar el cosmos de una nueva galaxia.
Así nuestra niñez, convertida en polvo dorado que se esparce
como burbujas de jabón en vorágines de nada.
Tus destellos diamantados quedaron esparcidos en la grana,
en esas tardes que parecían trozos de luna salpicadas de aventuras,
que hoy son como olas de recuerdos que se mecen
en las sienes platinadas de mi cara.
¡Niñez que fuera todo; esperanza colmada de esperanza,
y cada torcer del destino, una razón para esperar otro mañana!
Si pudiera asirme a tu cauda tejida de listones,
me volvería juego, bolero, carcajada,
y volvería a tus noches de terror,
con los ojos asomando debajo de la almohada.
Arturo Juárez Muñoz
Literalia México
Extraordinario poema y extraordinario texto reivindicativo de la niñez, esa patria nuestra a la que estaremos volviendo toda la vida. No sé dónde empieza, pero sé que no termina nunca. Ayer, en una conversación con un ex-alumno de unos 37 años y con dos hijos pequeños, me explicaba que sentía tanto los años de infancia y los recordaba tan a menudo, que temía que se convirtiera en una obsesión y pensaba que tal vez debiera hacer algo al respecto. Le sonreí y le calmé haciéndole ver las dos criaturas hermosas de las que, como padre, debía encargarse y la presencia de su mujer, animosa compañera de su experiencia vital. Les está entregando lo mejor de sí mismo, la patria de sus sueños, su infancia. Cuando le descubrí que ese, con mayor o menor intensidad, era el motivo de la reunión que mantenían en aquel momento otros veinticinco o veintiseis compañeros y compañeras suyos del colegio después de no verse juntos hace unos veintitrés años, creo que se tranquilizó más. Pero, junto a los juegos y los momentos felices de la niñez, también -como apuntas- nos llegan algunas pesadillas de las que nos obligaban a dormirnos con la luz encendida. Un abrazo.
ResponderEliminarSalud
Querido Julio:
ResponderEliminar¡Baste decir que me has emocionado!
Tienes el tacto y las palabras justas, tan a la mano, que es un deleite leerte.
Un abrazo sincero y lleno de admiración:
Arturo